26 marzo 2010


Vuelvo con la intención de colar en vuestra mesilla de noche un poco de ese maravilloso mundo futurista, la Ciencia Ficción. Hoy vengo con una cumbre de la literatura universal del siglo XX, que bajo mi punto de vista debería ser lectura obligataria en ciertos niveles por su lirismo, su canto a la paz y al respeto y su originalidad.

El hombre ha avanzado mucho y logra llegar a Marte, donde, claro está, viven los marcianos. A lo largo de bastantes relatos cortos, Bradbury nos narra el proceso de colonización, las relaciones con los nativos, las nuevas relaciones entre los humanos de acá y de allá... a diferencia de Asimov, Bradbury no justifica científicamente sus historias, nos cuenta que una nave espacial puede viajar a velocidades imposibles, pero no le preocupa el cómo, le preocupan los sentimientos, las personas, lo mejor y lo peor que podemos dar, cómo esto no cambia pase una o mil generaciones, y cómo podríamos vernos y tratarnos de otra manera.

Tan pronto vibramos de alegría y ternura con la historia del hombre que quiso llenar Marte de bosques, como temblamos de furia al escuchar por la radio marciana noticias que narran la guerra nuclear en La Tierra; todo ello escrito desde detrás de la cortina, sin ponerse de relieve, por el prestidigitador que es Ray Bradbury, el escritor que convierte su opinión en tu opinión y su sensibilidad en la tuya, porque escribe desde la pasión por escribir, y desde la pasión por el ser humano cuando está ocupado más en crear que en destruir.

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